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Metáfora que emplea hasta diez veces San Pablo para definir al cristiano santificado por la gracia y limpiado del pecado por la Sangre redentora del Señor Jesús.
Los rasgos que propone S. Pablo, en contraposición con el hombre viejo, son los que definen al cristiano y se convierten en ideal de toda educación cristiana. El hombre nuevo es interior, y no exterior (Rom. 7.22). Es espiritual y no carnal (1 Cor. 2.14). Es fuerte por el Espíritu y no débil por la soberbia (Ef. 3.16). Está revestido de Dios, y no del pecado (Ef. 4.24). Es celestial y no terreno Col 3.9).
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